domingo, 12 de enero de 2014

Amantes

Sabían que no era una invitación inocente. Querían que el encuentro se concretase, y esa forma impersonal de invitación, guardaba las formas si querían arrepentirse a último momento. Tomar un café. Esa era la consigna. El lugar: un departamento. ¿De quién? De alguien en común que justo estaba de viaje y necesitaba que le rieguen las plantas. Además, el lugar poco importaba, pero daba ventajas. Iban a tener café, comodidad, buena música, intimidad, y, sobre todas las cosas, una cama a menos de 10 metros. Si todo iba bien, esa cama iba a ser el único testigo. Principio y final de algo, esa noche iba a ser decisiva.

La ansiedad estuvo en los minutos previos, en la ducha, en los preparativos. Por problemas de horarios, llegarían a distintas horas. Eso significó tiempo muerto, espera. Queriendo dejar en claro que le importaba: limpió, ordenó, preparó masitas. De todas maneras, se preocupó de no dejar demasiado reluciente el departamento. No quería que sea evidente esa ansiedad, esa sobre-preocupación.

Timbre. Con la tentación de los lugares comunes aprendidos, una mano fue al estómago. Mariposas, pensó, y una sonrisa irónica cruzó su cara. La puerta que se abre. Esa figura deseada a contraluz. No podía ver su rostro, solo una sombra avanzando. Luego, ese beso que indicaba que el café quedaría sin servir, calentándose inútilmente por horas en la cafetera.

Con movimientos torpes, fueron dejando la ropa por el camino, entregándose, disfrutando el momento. No se detuvieron a pensar en lo que hacían, no se detuvieron a pensar en nada, solo se dejaron llevar. Esa noche, la eternidad visitó ese lecho prestado, y les dio una muestra gratis del paraíso.

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