sábado, 18 de enero de 2014

Carta a un joven jardinero

Después de un berrinche que tuve porque nadie me contestaba, @UnCafeConPeron me pidió una "carta a un joven jardinero". Acá está, espero estar a la altura.

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Me alegró mucho recibir tu carta, pero al leerla me sentí abrumado. Muchas preguntas para las cuales no tengo una respuesta, y muchas otras preguntas para las cuales las respuestas son múltiples. Me alegra mucho que te refieras a mí en esos términos, en muchos de los casos me parece inmerecido tanto halago, pero es cierto que muchos me consideran un gran jardinero.

Me preguntás si existe algún secreto para llegar a este lugar mío tan parecido a ese mítico "dedo verde" del que hablaban las abuelas (al menos mi abuela lo hacía), dedo que curaba cualquier planta, con solo tocarla. Dedo que permitía hacer los trasplantes más difíciles, y que prendan los injertos más extraños. Estuve tentado de darte algún consejo, por ejemplo que el agua de pozo es mejor que el agua de red, pero me di cuenta que ningún consejo te iba a llevar por si solos a ningún lado. No hay una palabra mágica que decir para hacer reverdecer a las plantas, ni una manera fácil de transmitirte años y años de trabajo arduo, bajo el sol.

Tal vez ese es el secreto, que no hay secreto. Lo que hay son pruebas y más pruebas de complejidad creciente, y que el camino al éxito es sinuoso, y escalonado. Para aprender a multiplicar, uno tiene que saber sumar. Para saber escalas musicales, uno tiene que saber las notas, y para saber cuidar una magnolia obovata del japón, o una orquídea hieroglyphica de Filipinas, uno tiene que tener ya las manos callosas de tanto podar rosales. Todo en la vida es un camino, todo conocimiento más grande se posa en uno más pequeño. Y como pasa con la Magnolia obovata, si el tallo es débil, la flor terminará apuntando hacia abajo, o cayendo, lo cual es algo terrible.

Me hablas de la "rosa perfecta" del Principito, como si esa rosa fuese algo más que lo que realmente era, y me hablas de tus plantas, a las cuales sé que les tenés gran cariño, como mejores que las de tus amigos jardineros, aunque sean iguales. Lo cual es un pensamiento hermoso. Si, todo lo que amamos lo vemos más bello por ese amor, pero debo decirte que el Principito era un pésimo jardinero. Sirve como metáfora, sirve como cuento para entretenernos, pero no vayamos a buscar ahí verdades reveladas de la botánica, y mucho menos de la jardinería. Las rosas pueden ser frágiles, pero los rosales (sacando algunas excepciones) son fuertes.

En cuanto a tu pregunta, concreta, tal vez la única que puedo responder directamente, de cuál es la planta más importante de mi jardín personal, puedo contestarte con seguridad: todas. Desde el pasto que cubre la tierra, el ciruelo que se levanta majestuoso en medio del patio, las enamoradas del muro que trepan por las paredes, mis 27 rosales chinos que cubren la parte izquierda, o los jazmines que decoran y perfuman el arco bajo el cual me siento a leer, y el sinnúmero de pequeñas plantas que tengo en macetas, jarrones, bañaderas viejas llenas de tierra, canteros, canteritos. Todos tienen la misma importancia, porque todos forman parte de un todo.

Ahora, si veo con tus ojos de juventud mi jardín, y me dejo llevar por esa mirada "del corazón" de la que habla El Principito, puedo decirte que hay un rosal, de rosas blancas, al que quiero particularmente. No porque sea un gran rosal, ni el más raro. Tal vez ni siquiera sea el más lindo. Pero siempre voy a recordar cuando mi madre, siendo yo muy pequeño, me llevaba a podarlo, y me hacía seguir a mí el tallo de la hoja seca hasta encontrar la primer ramita con cinco hojas, y ahí, justo por arriba de ella, cortar, para que las rosas sigan floreciendo. Recuerdo también los versos que ella solía recitar, y voy a despedirme con uno de ellos, el que a mí más me gustaba, el que a mí más me gusta, y el que me dice como debe sentir un jardinero al cultivar sus plantas:


Cultivo una rosa blanca
en junio como enero
para el amigo sincero
que me da su mano franca.
Y para el cruel que me arranca
el corazón con que vivo,
cardo ni ortiga cultivo;
cultivo la rosa blanca.
José Martí. 

¡Hasta la próxima carta!

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