miércoles, 19 de febrero de 2014

La oportunidad

Sigo jugando a esto de escribir en poco tiempo historias, a pedido. Como un juego, más que como algo "de verdad".

Me pidió Leandro Gori, un ex compañero de trabajo, y amante de los gatos, una historia sobre "oportunidades", así, sin otra salvedad. Lo que me salió fue esto, y por suerte le gustó:


La oportunidad


Te digo, pibe, en eso los indios nos sacan un pedazo. Ellos nacen y ya saben si van a ser médicos, empresarios o linyeras. Si naciste hijo de cartonero, cartonero vas a ser, y no hay forma de escaparse. Y si, es una ventaja, no te venden un chamullo de que el esfuerzo, de que tenés que ponerte a estudiar, y portarte bien, y por ahí el día de mañana te vas a poder comprar ese auto, o ponerte esos zapatos brillantes. Explicame como vas a hacer, lustrando zapatos, para ahorrar y comprarte unos, y ahí nos ponemos a discutir si somos mejores o peores que los indios.

Igual, tan boludos no son los indios. Porque los tipos te ponen el techo, pero nunca te ponen el piso. El hijo de alguien importante, puede ser igual de importante, pero nunca más. Uno nunca puede subir, hacerse groso, pero eso si, una sola macana, y se puede ir hasta el fondo, sin importar que tan alto estabas. En eso somos iguales. En lo más bajo estamos los impuros, los intocables. Los invisibles. A los que son como yo, pibe, la gente ni los ve, ni los toca, ni los huele, a menos que no les quede otra. Eso nos da una cierta libertad, me acuerdo cuando era una persona respetable, que a veces me picaba el culo mientras iba caminando, y no me rascaba porque pensaba en lo que podían pensar. Hoy, me puedo meter los dos brazos hasta el codo en el pantalón, y no me importa nada.

Alguna vez me puse a pensar, lo que podría pasar si todos los intocables dejáramos de escondernos, dejáramos de ser invisibles, y fuésemos caminando, juntos, hermanados, a los barrios exclusivos. Sería un quilombo. Pero no alcanzamos los linyeras, tenemos que ser todos los invisibles. Los pibes que duermen en la calle, los perros sarnosos, pero también los últimos orejones de todos los tarros. Los que limpian los baños de los boliches donde se divierten los hijos de las castas superiores, los basureros, los que limpian las calles.

Pero ahí empieza el problema.

Somos tan pelotudos que en lugar de ir a preguntarle a las viejas copetudas de mierda por qué carajo ellas pueden darle de comer a un perro que parece una rata un pedazo de caviar, nos estamos peleando entre nosotros, porque el que tiene un laburo limpiando la mierda que cagan esos hijos de puta, se cree mejor que yo, que les revuelvo la basura. Ese es el secreto de las castas, y ese es el secreto de por qué todavía no salimos de la sombra. Pero todavía hay tiempo. No necesitamos plata del estado. No necesitamos que vengan a regalarnos las sobras. Necesitamos hacernos visibles, todos juntos. No pido mucho, solo un momento en el cual todos podamos ver realmente cual es el problema. Una oportunidad. La oportunidad de que alguien me escuche sin poner cara de asco. La oportunidad que vos me estás negando.

No, no quiero tu moneda, metétela en el orto. Yo quería otra cosa.

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