miércoles, 12 de febrero de 2014

Polvo

Me pidió Marianela, una gran persona, una historia con tres elementos, una escafandra, café con leche, y una solitaria gota de lluvia. Eso, que la gota de lluvia venga sola, me dejó pensando. ¿Cómo una gota de lluvia puede ser significativa, sola? En base a esa pregunta, escribí esto:


Polvo


Estoy acá hace 3 meses, y lo único que veo es polvo. Remolinos de polvo, nubes de polvo. Incluso la comida parece polvo y, aunque cueste creerlo, el agua tiene gusto a polvo. Es que el agua es escasa, por eso todo lo que tengo para comer es seco, terroso. Tengo que hacer mis necesidades en unos aparatos que extraen el agua, así puedo volver a usarla. Ahora que lo escribo, pienso que todos los humanos hicimos siempre eso, volver a beber una y mil veces nuestros fluidos. No otra cosa es el ciclo del agua. Perdiste, Oscuro, un hombre puede bañarse muchas veces en el mismo río.

Suenan tan lejanas algunas palabras en este lugar. Océano, río, incluso ducha. La manera que tengo para mantener humectada mi piel es una crema pastosa que saco de un tubo, como todo lo demás. Eso, y no salir sin protección. Aunque el aire de este planeta es respirable, es tan poca la humedad ambiente que no puedo salir sin cubrirme de pies a cabeza. 

Si no estuviera tan aburrido tal vez vería como algo gracioso el tener un traje de buzo en este lugar tan seco. De todas maneras, ya casi no salgo. La escafandra es bastante pesada, y el paisaje es siempre el mismo. Polvo, montañas de polvo, huellas de polvo, por cientos y cientos de kilómetros. Por eso la escafandra está ahí, en un rincón. A veces escupo en ella, aunque más no sea como una forma de revelarme ante este mundo donde el líquido parece negado. Es lindo ver como el sol entra por los vidrios triples de las ventanas y va a estallar en la gota de saliva, espesa, que baja por el borde de la escafandra.

Parece que hoy sopla más fuerte el viento, pero eso no es algo que a mí me importe mucho, el cielo sigue igual de naranja, el suelo igual de marrón. Si estuviese un poco más poeta, diría que la ausencia de agua destiñó el cielo, sacándole el celeste. Lamentablemente, sé que ese color tiene que ver con la cantidad de veces que rebota la luz de este sol en la atmósfera. Ser científico a veces es terrible. Mucho más cuando una misión te deja en un planeta seco, para controlar que los aparatos estén funcionando bien. Claro, suena ilógico un planeta tan apto para la vida, donde la humedad no salga nunca del cero. O acá pasó algo, o los aparatos funcionan mal. Para eso estoy yo, soy la forma más barata de saber si los costosos medidores ambientales funcionan. 

Así que acá estoy, sentado, mirando monitores llenos de datos inútiles, y comiendo un extracto de café con leche. Que pese al nombre no es más que una especie de pasta, con la textura del dulce de leche y un sabor que en nada se parece al café con leche. Recuerdo que, hace años, antes de convertirme en un científico espacial, en Buenos Aires, tuve el agrado de conocer a una chica que sabía convertir el polvo del café instantáneo en un café con leche exquisito. Pero claro, ella tenía agua para calentar en una pava, y leche de verdad, de vaca, en la heladera. No quiero desmerecerla, lo que hacía era asombroso, pero me hubiese gustado verla tratar de hacer que este condensado de café con leche tuviese gusto a algo más que a tierra. 

Es gracioso, ella era de Mendoza, y alguna vez estuvo horas contándome del zonda, un viento tan jodido, por seco y caliente, que hasta tiene nombre propio. Un viento que para los aborígenes era un castigo de la pachamama a Gilanco, un arquero que nunca erraba una flecha, y se entretenía matando animales por diversión. Un viento que para los científicos es un claro ejemplo de efecto Föhn, y fácilmente explicable por la termodinámica.  Ese viento acá sería algo maravillosamente húmedo, como para un mendocino en medio del zonda lo sería una brisa de primavera a la orilla de un lago. 

Hablando de viento, estoy notando que el viento que siempre castiga las ventanas cesó, que el polvo se mantiene quieto. Si estuviera en la tierra, podría decir que esta es la calma chicha, la calma que antecede a las tormentas. Voy a ponerme el traje de buceo en polvo, tengo que ver de cerca que es lo que está pasando, aunque dentro del traje voy a estar tan aislado como dentro del refugio. Botas de goma (2-metil-1,3-butadieno) , traje de neopreno (polímero del cloropreno),  y la escafandra, de neokevlar (L-glicina, L-alanina, L-prolina, y mi propia escupida, seca, en el vidrio).

Camino cientos de metros, alejándome del refugio. En ese momento el viento vuelve a soplar, y desde el horizonte veo avanzar una pared negra, como nunca la vi en este planeta. Solo tengo unos minutos para volver al refugio, pero sigo quedándome, como embobado ante la inmensidad de la tormenta que viene hacia mí. Puede ser tormenta de polvo, puede ser tormenta de arena, de piedras, o algo más, algo que las máquinas de medición del clima nunca hayan registrado. Pero ya estoy decidido, voy a enfrentar lo que sea que venga. Para eso retiro los seguros de la escafandra, la cual sale volando, rodando hasta golpear con fuerza la pared del refugio. 

Ahora siento en la piel lo que siempre había leído en los aparatos, la ausencia total de humedad está literalmente cocinando mi cara, secándome los ojos, la nariz, los pulmones. No tengo tiempo de volver al refugio, y las bolsas de humectante poco van a poder hacer en este caso. Voy a ser testigo de algo que nunca un ojo humano vio, y voy a pagar con mi vida este espectáculo. Ya no puedo tenerme en pie, me arrodillo ante esa tormenta que ya está encima mío. Pero el aire vuelve a amainar, hasta casi detenerse. Nuevamente la calma. Me levanto, corro hacia el refugio, hacia la salvación, pero no puedo respirar. Caigo, esta vez boca abajo. Y al levantar la mirada, puedo ver por un instante una solitaria gota de lluvia, que cae a centímetros de mi cara, formando por unos segundos un botón más oscuro en el piso de polvo. Seguramente, lo último que vea en este mundo terrible y seco, que me convertirá en una momia en pocos días. Ya casi no puedo respirar, siento polvo en todos lados, incluso dentro del traje. 

Lo único que me molesta es morir sin saber si esa gota de lluvia llegó a ser registrada por nuestros sensores. 

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