miércoles, 5 de marzo de 2014

Desde afuera

Este cuento lo subí a mi otro blog, hace años. Estaba escrito mucho más trabado, con oraciones cortas, de dos palabras, y era muy difícil de leer de corrido. No sé si lo mejoré mucho, pero me di el gusto de cambiar algunas cosas, sin cambiar el (no) sentido del cuento.

Quedó así:

Desde afuera


Se están riendo, y hablan, entre ellos. Entiendo todas las palabras que dicen, pero el significado total se me escapa. Eso, más la música, más el humo, más los gritos de otros grupos que se mezclan con el grupo de gente que vino conmigo. Podría decir "mi grupo" pero no es así, todos lo sabemos. No los entiendo. Tampoco estoy seguro de querer entenderlos. Pero parecen felices, parecen tener algo que yo nunca voy a tener.

Decido salir, tomar aire. Respirar, en más de un sentido. Necesito estar conmigo mismo. No saludo. Nunca saludo. Trato de buscar la puerta, pero las luces, la gente, empiezan a molestarme. No sé para donde caminar. Me siento mal. Empieza a costarme respirar. Camino un rato. Choco gente que seguro murmura a mis espaldas. Encuentro una puerta.

El baño.

Algo mejor, al menos la música llega apagada. Reina el olor: Olor a meo, ácido, pero también olor a humo, y humedad. Todo está pegajoso. Al caminar, siento que el piso no quiere soltarme, y un ruido horrible, que hace el pegote contra la suela de goma de mis zapatillas. Me acerco a la pared para mear. Los tabiques que brindan esa mínima intimidad que algunos necesitan, están igual de pegoteados, así que trato de no tocarlos. La pared está toda escupida, y el agua que cae de un caño de plástico agujereado a la altura de mis ojos mantiene ese moco gigante goteando despacio hacia abajo. Bajo el moco, algunos dibujos. Infantiles: pijas, conchas, mujeres mostrando las tetas, insultos de todo tipo. Vuelve la sensación de rechazo, no tengo nada que ver con la gente que pudo hacer esto.

Me acerco a la pileta, que tira un chorrito de agua miserable. Desde el espejo, alguien me mira.

Ese no soy yo.

Eso no soy yo.

Vuelvo a la pared mocosa, donde acabo de mear, y escupo. Si tuviera una fibra, escribiría alguna puteada. Quiero saber si a fuerza de comportarme como un imbécil voy a poder ganar esa felicidad que veo en ellos. Imbéciles. Un pibe me mira escupir, mientras mea. Por hacer algo, lo mando al carajo. Me pega una trompada. No llega a dolerme, ni llego a defenderme. Atrás de esa trompada, me pega otras, varias más. Siento la cara caliente. Seguro estoy sangrando. Me alejo un paso, me toco la cara. Está mojado, pero, al mirarme las manos, no veo nada rojo. Deben ser lágrimas: estoy llorando. Siento que me agarran de la ropa y me tiran. Golpeo contra la pared viscosa del meadero.

Asco.

Quiero levantarme, pelear, pero ya todo terminó. El pibe se va, puteando.

Me levanto, miro el espejo. Tengo la cara manchada, no quiero saber con qué. Me lavo un poco, las manos, la cara. Es difícil, por esas canillas de mierda sale poca agua. Salgo de nuevo al ruido: camino, choco con la gente. No me importa. Encuentro la puerta, y salgo. No debo haberme limpiado bien, porque los gordos que cuidan la puerta me miran con cara de asco. No me importa, ya estoy saliendo. El frió de la noche me hace doler la cara, pero me hace bien, me despeja la mente.

Empiezo a caminar.

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