lunes, 12 de mayo de 2014

Aguantar

Despertador. 5:00 AM. Suena bajito, para no joder a los vecinos, y porque yo me despierto lo mismo. Todos los días a la misma hora. Uno se termina acostumbrando, aunque haya dormido poco, a levantarse. Saco un pie de la cama, lo apoyo en el piso frío. Ya con eso me aseguro no volver a dormirme. Así, espero unos segundos, hasta que junto fuerzas. Mi vida se volvió eso, juntar fuerzas, dar el siguiente paso. Y lo doy, ya estoy sentado en la cama. Dos plazas, al pedo.

Me levanto, y voy, descalzo, a la cocina. Como siempre, Ruffo me sigue, sabiendo que llegó la hora de comer. Le pongo comida en el plato así deja de mirarme con cara de pobrecito y pongo la pava. Después, tranquilo, agarro el tacho del agua, y lo limpio, bien. Se le forma una película de grasa en los bordes, debe ser por la baba que le cae cuando Ruffo toma, usando la lengua como cuchara.

Mientras se calienta el agua, agarro la taza, el saquito de té, y el edulcorante. La panza no me ayuda a soportar el dolor en las rodillas, y me dijo el médico que tengo que bajar por lo menos 10 kilos. Por eso, Chucker. Lo había comprado ella, antes de... bueno, es muy temprano para empezar con eso, y ya está hirviendo el agua. lleno la taza hasta los tres cuartos, y le tiro dos chorritos de Chucker. Revuelvo un poco, y lo dejo en la mesada.

Hoy voy a usar el traje gris oscuro, la corbata finita, negra. La camisa blanca. Nunca aprendí a combinar bien, por eso trato de que todos mis trajes se lleven bien con todas mis camisas, y todos mis zapatos. Eso, que me ahorra mucho tiempo a la hora de vestirme, lo pago con una sensación que tengo a veces de que siempre estoy vestido igual, que nunca desentono. El precio por no equivocarme es ese, nunca resaltar. Por suerte los zapatos están bien brillosos. Ese enano es un genio lustrando. Siempre tiene gente esperando, mientras los otros lustradores están al pedo. Siempre me pregunto si los demás lo esperan porque es el que mejor lustra, o porque les divierte verlo caminar tambaleándose.

Medias grises, el pantalón ya puesto, me pongo la corbata en el cuello, suelta, y ahora si agarro el bastón muleta. Ya caminé mucho sin la tercer pata, si sigo boludeando, me va a doler la espalda toda la tarde. Además, desde que pasó aquello, el vecino ya no me putea. Debe tenerme lástima, o se debe dar cuenta que no lo hago por molestarlo. Tuvo la desgracia de mudarse abajo de un rengo, que se le va a hacer. Así que vuelvo a la cocina, donde Ruffo ya terminó la comida, y me mira, como pidiéndome más. Pero él está tan gordo como yo, ahora que no sale a correr nunca, así que le hago un mimo y voy a tomar el té, ya tibio, como a mí me gusta. Por ahí tendría que contratar a alguien para que lo saque a pasear. Nos podría sacar a los dos.

Voy al baño, recién ahora me acuerdo de mear. Desde el accidente que no siento ganas. Por eso tengo una alarma, cada 3 horas, que desactivo si ya fui a mear antes. Entre la de las 5, la del meo, las pastillas, todo el día es eso, una sucesión de alarmas, inflexibles. 5:00 Arriba. 5:30 Ya measte? 5:45, pastillero, casilla 1. 6:00 No cuelgues, andá a laburar. 8:30, Pastillero, casilla 2. 9:00, mear. 11:45, Pastillero, casilla 3. 12:00 mear (Antes de bajar a almorzar)  y así, todo el día igual.

 La corbata es fina, así que el nudo Windsor queda descartado. Demasiado formal para una corbata tan moderna, casi juvenil. Voy a hacer un nudo simple, y listo. Aunque creo que nadie presta atención ya a los nudos de corbata. A ella le gustaban mucho, al punto que se levantaba a la mañana para hacerme el nudo, antes de que me fuera. Era uno de nuestros momentos mágicos, ella elegía el traje, la camisa, la corbata, y ponía todo arriba de la cama, de mi lado. Así, cuando salía del baño, ella me preguntaba que me parecía la combinación. Si yo no le decía nada, ella agarraba la corbata, se la ponía, hacía el nudo, y después la aflojaba y me la ponía a mí. Era particularmente hermosa cuando hacía eso. La alarma de las 5:45, el pastillero, casilla 1. Todavía ni terminé el té, y ya tengo que empezar a tomar pastillas.

Yo siempre estaba de acuerdo con la ropa que me elegía. Ella sí sabía de combinar.  Por eso tenía camisas de diferentes colores, corbatas que podían usarse con algunas, y con otras no. Pero ese color, esa variedad, se fue con ella. Me acuerdo que estaban chochos los chicos de soporte de informática de la empresa, les regalé como 40 corbatas, 20 camisas, 4 trajes. Ese mes me compré los que uso ahora. Grises, como yo. Si hasta tenía una muleta con empuñadura marrón, para cuando usaba zapatos marrones, y una muleta negra, para los negros. Incluso en algún momento ella había pensado en varias muletas, algunas plateadas, otras doradas, con diferentes accesorios.

Obviamente nunca lo hicimos, a mí me molesta un poco esta condición que tengo, desde mi accidente con el ascensor. Desde ese día, el caminar para mí se convirtió en un bamboleo continuo. El dolor en la espalda, una presencia constante. Pero ella siempre estuvo ahí, incluso cuando yo estaba mucho más inútil que ahora, incluso cuando me enojé conmigo mismo, con el destino, y hasta con ella. Pero me bancó, incluso cuando yo le dije de separarnos. No podía soportar el pensar que ella estaba conmigo por lástima.

Y se fue. Y estuvo saliendo con otro tipo. Alto, atlético, rubio, simpático. Todo lo que yo no era. Por ahí ella se buscó al tipo más distinto a mí que pudo encontrar, como ya sabiendo lo que iba a hacer, lo que iba a pasar. Como si supiera que si la tenía al lado, nunca hubiese aprendido a caminar de nuevo, y me hubiese apoyado de más, me hubiese dejado estar. Ella tenía mucho de eso, de planear las cosas. Seguro que al momento de dejarnos, ya sabía ella que al año íbamos a estar volviendo. Por eso la extraño, también. Tanto y tan bien planeaba, que sé lo que estaría haciendo ahora si... bueno, si no hubiese pasado... Me pidieron que trate de no pensar en eso, como si fuese posible.

La alarma. Son las 6:00, tengo que salir a trabajar. Tengo que salir a ver la mirada de lástima de los que me ven renguear por la calle. A ver la mirada de lástima de las recepcionistas de la empresa. La lástima de mis socios, y la condescendencia de mis clientes. Como si me estuvieran haciendo un favor, como si por ser rengo fuese menos arquitecto. Como si por ser viudo, a los 27 años, estuviese un poco menos vivo. Tal vez sea así, tal vez esté un poco menos vivo. Pero siempre fui de aguantar. Aguantar, esa es la palabra. Tengo que salir, a aguantar. A esperar que sean las 8:30, para volver a tomar las pastillas. A seguir con esto, aunque cada vez le encuentre menos sentido.