martes, 9 de diciembre de 2014

Faite S. A.

Hay marcas que venden jeans, o zapatillas, gastados artificialmente. Hay empresas enteras dedicadas a que objetos nuevos parezcan viejos. La idea atrás del negocio de los hermanos Petraca era el mismo, sólo cambiaba el objeto a gastar: ellos gastaban personas.

Luis, el menor, defendía su trabajo diciendo que si se pueden hacer operaciones para agrandar el busto, para remover grasa, manchas en la piel, o pelos, ellos bien podían hacer operaciones para que la gente se viera más fiera, más rústica. Marcos, más escueto, decía: son cirugías antiestéticas, punto. 

Sus primeros clientes fueron ladrones novatos, que querían parecer más rudos, más expertos. Y así, en la seguridad del quirófano, ganaban marcas de puñaladas, cicatrices de tiros, incluso balas alojadas en alguna parte del cuerpo. Los aspirantes a delincuente entraban con apodos como "Babyface", o "el ángel" y salían siendo "caracortada", "el colador" o "vivo por milagro". 

Las operaciones en un principio eran básicas, lo que hacían los hermanos era dormir al paciente, pegarle un par de puñaladas, o tiros, y después curar las heridas producidas. Bastante bien lo hacían, siendo como eran dos tipos que no habían estudiado ni una materia de medicina. Contaban con la ventaja de que, cuanto más burda fuese la sutura, y la cicatriz posterior, más satisfechos quedaban los clientes. 

Ese éxito inicial les permitió abrir nuevas lineas de negocios, y pudieron contratar a algunos cirujanos caídos en desgracia para el trabajo sucio. Fue allí cuando empezaron a romper nudillos de quienes querían mentir un pasado de boxeadores, lastimaron canillas de defensores de fútbol, y amputaron dedos de quienes querían hacerse pasar por escapados de la mafia japonesa. 

Si bien la gran mayoría de los clientes eran hombres, tenían algunos servicios para damas, pero por más que los ofrecían a viva voz por la calle, nunca una mujer aceptó lo que ellos científicamente llamaban "laceración anal definitiva", para aquellas que se habían cansado de ser puritanas. 

El problema surgió cuando ya no se encontraba por la calle a ningún guapo, de verdad o de mentira, que no tuviese al menos 7 cicatrices diferentes. Se llegó a una saturación, y la gente empezó a dudar de las cicatrices. Ya no eran garantía de nada. Fue allí cuando los hermanos decidieron llevar las cosas un paso más lejos. Dado que las cicatrices por si solas no valían de mucho, se empezó a ofrecer algo más allá del quirófano. 

Así, a quien estuviese dispuesto a pagar por ello, la organización le mandaba a algún matón para que, a la vista de todo el mundo, le pegue la puñalada. Claro que había una ambulancia relativamente cerca, y que los matones estaban entrenados para que sus puñaladas casi nunca sean mortales (de todas maneras, el pago se hacía siempre por adelantado).  

Muchas veces, para ahorrar costos, los empleados administrativos juntaban personas con requerimientos de peleas, y los citaban en algún lugar lo suficientemente oscuro. Allí, la ganancia era doble y el riesgo nulo. Lamentablemente, esa forma de ahorrar costos fue lo que terminó con la empresa, en esa semana fatídica en la que tanto Luis como Marcos, creyeron divertido contratar sus propios servicios, ya que les resultaba raro no tener más cicatriz que el ombligo, con semejante negocio. 

La conclusión es obvia, un empleado distraído o rencoroso que ve llegar ambos papeles, un callejón oscuro, dos manos inexpertas empuñando cuchillos afilados, un grito, una muerte inmediata, una sirena, el horror del fraticidio, la depresión, una soga, una segunda muerte, el fin. 

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