viernes, 20 de febrero de 2015

Papel

Papel



Quiero un cuento que sea todos los cuentos lindos que vos sabes contar, tío.

Un pedido concreto de Matu, cinco años, los ojos hinchados de llorar a la mamá, quien sigue en esa habitación terrible, por blanca y por limpia, atada a unas máquinas que respiran por ella, que comen por ella, que viven por ella. Pero ahora Matu no está llorando, y me está pidiendo algo que sí puedo darle. Un cuento. Todos los cuentos lindos en uno solo.

Pienso, mientras lo veo mirarme enojado, como cumplir. Uno puede juntar dos, tres cuentos, puede incluso poner personajes de un cuento de visita en otro, para divertirse de lo desubicado que puede quedar Blancanieves charlando con Chinaski. Pero ese no es el pedido. Todos lo cuentos lindos que vos sabes contar. Puedo explicarle a Matu que yo en realidad no soy un gran inventor de cuentos, sino que agarro ladrillitos de fantasía de diferentes autores, y con eso voy armando una modesta casa de fantasía. Pero bastante inocencia perdió esta semana, no puedo decir eso. 

No me queda mucho tiempo, tengo que empezar a contar, así que abro la bolsa de retazos de historias que tengo en la cabeza. Algo malo pasa. los personajes que tengo ahí tienen, como Matu, los ojos hinchados de tanto llorar. No puede ser bueno. Todos los personajes me están mirando, me están pidiendo también consuelo. Me los imagino a todos ellos armando una ronda alrededor mío, pidiendo que les explique que es lo que puede hacer un cuento cuando un nene está llorando a su mamá. Yo tampoco tengo una respuesta, pero empiezo:

Los japoneses creen que si uno hace muchos pajaritos de papel, y los cuelga juntos, eso hace que uno de esos pajaritos cumpla un deseo. Hubo muchos chicos que hicieron esas tiritas de grullas de papel para pedir cosas. Y una vez, uno armó esas mil grullas con el deseo de que una de ellas se convierta en un pajarito de verdad. Por esas cosas que pasan en los cuentos, una de las grullas, una roja como la sangre, se soltó un día y se fue volando por la ventana. Empujado por un viento muy fuerte, pasó por el balcón donde un joven enamorado pedía entre llantos una rosa roja para su amada. 

Yo soy rojo, pero soy un pájaro, pensó el pajarito de papel. Pero en seguida se acordó que no era en realidad más que una hoja de papel, y que aunque sea pajarito, la vida de un pajarito vale menos que el amor de un joven, así que empezó a doblarse y desdoblarse en el aire, hasta que, entrando por la ventana, cayó en la cama del joven enamorado. El pajarito ya no estaba, pero en su lugar había una rosa roja. De papel, pero rosa, y roja, tal como quería el joven enamorado. Y va corriendo el joven enamorado a darle la rosa roja a la chica de sus sueños. Y el que antes era pajarito, y ahora es rosa, con la ayuda de un alfiler se convierte en un prendedor que parece un rubí. 

Como cambiando el final de un cuento para que termine bien, van los jóvenes a bailar. Y bailan una canción tras otra, y se chocan, y se pisan un poco, porque son un poco torpes, como son todos los jóvenes, y en uno de esos choques, se desprende el adorno que antes era flor que antes era pajarito. Y se cae al piso, y lo patean contra una mesa donde un señor que había tomado unas copas de más de vino corta a la mitad el papel, se guarda una mitad en el bolsillo y la otra mitad la corta cada vez en más partes. Y el que antes era adorno, rosa y pajarito, pasó a ser muchos pedacitos de papel que fueron tirados al aire nuevamente, para festejar el beso de los enamorados, y parte se cayó al piso, donde fue barrido, y parte salió por la ventana, donde un pajarito de verdad lo tomó con el pico y lo llevó para adornar su nido con un poco de rojo, que siempre queda bien. Y la mitad que quedaba después fue lista de supermercado un día en que el señor fue a comprar unos papeles rojos para su hijo, que quería hacer mil grullas de papel. 

Mil grullas de las cuales tal vez alguna salga volando, y se convierta en otra cosa.

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