domingo, 8 de marzo de 2015

Despedida

Duele todo. Duele saber que ante ciertas cosas no hay nada que pueda hacerse. Duele ver que hay límites que sólo pueden cruzarse en un sentido. Que hay cosas que no tienen vuelta atrás. Que la vida es efímera, y que la supervivencia como especie importa una mierda cuando están sacando de la morgue a una persona que vos querías. O querés. Ese es el problema, seguir queriendo a una persona que no está más. 

Y ahí se mete la idea de que uno siempre está solo. Aunque tenga amigos, aunque tenga novia, aunque tenga perro, o gato, o una oveja. En los momentos verdaderamente difíciles uno está solo. Y la gente que se te acerca para levantarte el ánimo por lo general dice cosas horribles. Nadie acompaña a nadie en el sentimiento, nadie lo siente como uno, nadie entiende lo que pasa cuando estás arreglando con el de la funeraria el precio del cajón en el que vas a guardar lo que antes era un ser querido. Aunque también lo hayan vivido, aunque te digan que saben en carne propia que la vida sigue, y que uno a la larga vuelve a reírse, a disfrutar una película, incluso a recordar con una sonrisa en la cara esas cosas que dejan atrás los que se fueron. 

Otra idea, uno está velando un pedazo de nada. Tomando café, contando la parte graciosa de la vida de esa persona que está ahí, abajo de ese pedazo de madera, porque no se pudo arreglar el cuerpo, y es preferible velarlo a cajón cerrado, con una foto enmarcada sobre el cajón, para que la gente siempre recuerde esa sonrisa. La gente va pasando, va saludando, pero todo transcurre como en un sueño, o como si uno estuviera flotando en una sopa tibia. Hasta el quiebre. 

Porque todos en algún momento nos quebramos. Todos lloramos. Todos sentimos ese vértigo terrible de no saber como volver a respirar con ese dolor que nos agarra desde adentro, que nos va comiendo y carcomiendo, y reventando el pecho con un dolor que nos tira para abajo, y que no podemos dejar. Caída libre a un abismo de sufrimiento, de pena, de llanto. Hasta que viene alguien no tan cercano y uno se recompone un poco, se limpia la cara, los mocos, trata de mostrarse entero, fuerte, y atiende algún detalle de último momento, como la cantidad de autos que se necesitan de la cochería. 

El cansancio de una noche de llanto, y el sol que empieza a secar el rocío, y los pajaritos, los mosquitos, las viejas que van de madrugada al cementerio, toda la fauna que rodea un momento raro, del polvo venimos y al polvo vamos, aunque uno no sea creyente, aunque sea por las señoras mayores de la familia, uno deja que un cura, un rabino, un monje, digan esas pavadas del último adiós, mientras ese abismo metafórico es un abismo real, excavado en la tierra húmeda, 5 metros de profundidad, paredes parejas. Hay más vida en los insectos que van asomándose por la tierra de lo que uno siente que tiene. 

Los empleados tienen la orden de no acercar el camión de tierra hasta que no se haya ido el último familiar. Es un poco bruto el método que tienen para llenar el pozo, y lo esconden haciendo la mímica de tirar a paladas un metrito de tierra que dejaron ahí, teatral, parte de la puesta en escena. Uno no quiere joder, así que se hace el que se va, pega una vuelta, y se sienta atrás de la capilla, lejos de la mirada de quienes trabajan ahí. Y el sonido del camión acercándose marcha atrás, con un pitido que avisa que se está moviendo, que está tirando la tierra. Que está ahora si enterrando algo que solía ser alguien. 

Uno se queda ahí, pensando que si tuviese el vicio del tabaco, es un excelente momento para prender un pucho. Más teatralidad. Una calada larga, y quedarse mirando la brasa, con el humo adentro, pensando, recordando. Pero uno no fuma, o lo dejó, o se olvidó el encendedor en algún lado, y no fuma, solo piensa y recuerda, y extraña, y hace fuerza para seguir respirando, para encontrar algún sentido a levantarse, a salir de ahí, a seguir viviendo. 

Y en ese momento te das cuenta que de alguna manera hay que seguir. No sabés cómo, no sabés si te va a salir, ni si va a importar, pero sabes que tenés que levantarte, tenés que seguir, tenes que volver a sonreír. Como un guiño al que se fue, como un homenaje, como una forma de hacer que valga la pena. Levantás la vista y ves que así como vos te quedaste despidiéndote, otros se quedaron esperándote. Que no estás tan solo. 

Sin darte cuenta, sonreís sinceramente, por primera vez desde que se fue. 

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