lunes, 26 de diciembre de 2016

Bajo la alfombra

Matarlo había sido rápido. Lo había hecho sin pensarlo. Solo quería que se callara, que dejara de repetir una y otra vez la misma historia. Siempre parado un poco más cerca de lo que correspondía.

Esa había sido la parte fácil.

Justo después, empezaron los problemas: con los golpes en la cabeza, había manchado toda la habitación. ¿Quién hubiese pensado que el viejo tuviera tanta sangre? Pero la tenía, y había manchado las paredes, el techo, a él mismo. Todo estaba salpicado por finas gotas de sangre, incluso la alfombra.

La vieja y odiada alfombra, convenientemente gruesa, convenientemente oscura, convenientemente grande, convenientemente fea. Perfecta para tapar a un muerto. Y aunque ahora a su fealdad de siempre le agregaba una fealdad nacida de la deformidad, eso en algún punto lo beneficiaba. Nadie pisaba esa horrible alfombra, y si, por algún motivo alguien la miraba, enseguida apartaba la vista. Era esa fealdad la que la convertía en el escondite perfecto.

El problema fue el olor.

Con el transcurso de los días, ese olor a carne podrida fue traspasando la alfombra, y ganando la habitación. Ya no ayudaba en nada el aire acondicionado a 17 grados, y ese frío de morgue. El cuerpo se iba pudriendo, y el olor de ese jugo que iba manchando la alfombra, que se iba escapando del cuerpo era, cada vez más, una presencia tangible en la casa.

Probó muchas posibles soluciones: Plantas aromáticas, sahumerios, incienso quemándose a toda hora en cuencos sagrados, e incluso un perro callejero, al que mojaba rigurosamente cada 2 horas. Pero ningún olor tapaba a ese otro, más fuerte, que despedía la alfombra.

Casi sin ideas, trató de conseguir una alfombra más grande, más gruesa, más absorbente y al menos igual de fea, para ese doble propósito de repeler las miradas indiscretas, al tiempo que tapaba el olor. Pero el muerto, indiferente a todo lo que pasaba a su alrededor, seguía ocupado en pudrirse, en apestar la casa, en convocar a moscas cada vez más grandes, cada vez más verdes, cada vez más moscas.

Hasta que un día no pudo entrar más a esa habitación. Por desgracia, esa casa tomada por el olor no era una casona, sino un humilde dos ambientes. Así que la cosa duró poco. Expulsado de la pieza principal, solo le quedaba el living, que ya de por sí era chico, y estaba lleno de diarios viejos y mierda de ratas.

En esa situación, sintió alivio cuando la policía vino a buscarlo. Ya no iba a estar todo el tiempo mirando a la puerta, imaginando las manchas de la alfombra extenderse, calientes, viscosas, pegajosas. Ya no iba a perder horas de sueño tratando de distinguir entre los olores cual era olor a muerto y cual era olor a alfombra podrida.

Dicen los guardias que es un preso casi ejemplar. Y ese casi es porque cada tanto, cuando consigue matar una rata, o un pajarito, lo mete en la celda y lo tapa, prolijo, con un pedazo de frazada

que pone en el piso

como una alfombra.

lunes, 3 de octubre de 2016

Cicatrices

Te acaricio la espalda, despacio, muy despacio, mis dedos suben hasta la nuca, se meten entre el pelo, tocan apenas las orejas, para volver a bajar por la espalda. Secretamente, lo hago para que te duermas. Me gustaría verte dormir, saber que te sentís segura al lado mío. Nunca lo logré antes, no lo voy a lograr ahora. No sé si es falta de confianza, si es miedo a que nos descubran, o qué es, pero lo más cerca que llego es a esto, a escuchar tu respiración volverse más lenta, a que hagas un ruido muy parecido a un ronroneo.

Como si escucharas lo que pienso, te das vuelta para mirarme y sonreís un "no me voy a quedar dormida, dejá de intentarlo". Sonrío yo también, y aprovecho para darte un beso. Te acomodás en mi pecho, como siempre, y sé que estás tratando de escuchar el soplo, pero hoy no me voy a enojar por eso. Calculo que es una forma que tenés de preocuparte por mí. Una forma rara, pero pedirte que seas normal sería un error. 

Te aburrís de no poder escuchar ese ruido, y te pones a acariciarme el brazo. Tus dedos van resbalando por la parte interna del bíceps hasta llegar a esa cicatriz, terrible, cerca del codo. Una esquirla de metralla. Seguís bajando y esquivando todas las marcas, todas las huellas que van haciendo de mi piel un mapa de mi vida. El antebrazo y las manos, siempre más expuestas, tienen cicatrices sobre cicatrices, sobre quemaduras, sobre raspones, sobre golpes, sobre caricias. Imposible avanzar sin tocar alguna de ellas. Conozco el juego, perdiste. 

Llevas las caricias a mi pecho y, para evitar que esa forma tuya de espantar el sueño se vuelva rutina, pongo mi mano sobre la tuya y te obligo a cambiar: te hago pasar por las cicatrices. Me molesta un poco, la piel nunca vuelve a ser la misma, pero tampoco es tan terrible. Te llevo la mano primero a las más grandes, y voy diciendo despacio el lugar, la fecha, quien la hizo. Y pasamos de las cicatrices fuertes, marcadas, que resaltan, a esas más prolijas, de hospital. Sigo recitando lugares, peleas, nombres. 

Tengo que sentarme, nuestros dedos entrelazados van recorriendo las piernas, y todo se pone más confuso. Cicatrices grandes, si, pero que no recuerdo, me hacen dudar. No quiero romper la magia, pero tampoco quiero mentirte. No lo sé. Ese tajo terrible que cruza mi pie, no sé de donde salió. Me mirás, espantada. Tanta guerra, tanta noche, tanto miedo que se vuelve furia, que se vuelve esperanza, que se vuelve amor, que se vuelve soledad,que se vuelve marca en la piel.

"No se vuelve de ciertos lugares sin una cicatriz, pero si hay cicatriz es que uno pudo volver, es que uno sigue vivo"
Lo dije en voz alta, no tendría que haber dicho nada, tu piel sigue siendo suave. No sé por cuanto tiempo más. Ahora los dos tenemos preocupación en los ojos. Vos, de mi pasado. Yo, de tu futuro. Vibra el teléfono, ya estoy tarde. Te doy un último beso antes de salir. Por tu frente cruza una arruga, que es, en cierta manera, cicatriz.

Es bueno. Seguís sintiendo, seguís viva.

lunes, 12 de septiembre de 2016

Horizonte

Ya ni sé para que montamos guardias. Tal vez es la manera que tiene Roque de mantener la moral, o lo hace por costumbre. Nunca lo entendí mucho, menos ahora, pero algo es seguro, si Roque quiere guardias, hay guardias. Además, es una forma tan buena como cualquier otra de contar el paso del tiempo.

Al menos yo tuve suerte, la relevo a Naty. Si voy antes por ahí le saco un poco de charla, y se queda hasta un ratito antes de que termine mi turno. No hasta el final, porque la única vez que lo hicimos el Turco empezó a mirar mal, a tirar comentarios. A mí mucho no me jode lo que pueda decir el Turco, pero lo mejor es tratar de no joder a nadie, estando como estamos todos armados, y encerrados.

Encerrados. No tendría que usar esa palabra. Nosotros estamos libres. Guardados, si, pero libres. No importa que estemos comiendo comida en lata hace meses, no importa que veamos el sol tres veces por semana, solo un rato, lo mínimo, por una ventanita. Estamos libres. A varios los reventaron para que nosotros podamos llegar acá. Otros tuvieron peor suerte, se guardaron en lugares menos seguros, y se los llevaron. Nosotros, libres. Por ahora al menos.

Bajo de la cama, dos pasos y giro a la izquierda, tres pasos más, la puerta. Hacer fuerza para arriba y girar el picaporte. Chilla un poco, abrir con cuidado. Pasillo, seis puertas del lado izquierdo y a la séptima, adentro. Cruzar la habitación, correr las maderas del fondo y pasar por el boquete. Otro pasillo. Contar tres puertas, y entrar por la puerta del lado derecho. Habitación de guardia.

Podría hacer este camino con los ojos cerrados. Mañana tal vez. Sería un cambio divertido, y me ahorraría de ver varias cosas desagradables. Si uno vive demasiado tiempo en un laberinto, se acostumbra. Esa es una de nuestras ventajas, nosotros vivimos acá, esto no es laberinto para nosotros. El quilombo que se armaría si alguien empezara a cambiar los pasos. Un buen laberinto es un laberinto vivo, ahí no hay costumbre que valga.

Ya en la habitación, me saco el fusil de la espalda y lo miro, largo. ¿Seguirá disparando? Imposible saber, ya me enteraré si no anda. "Cuando sea demasiado tarde, si es que no anda", dice una voz en mi cabeza, pero trato de pensar en otra cosa. No hace bien escuchar las voces de adentro. Mejor concentrarse.

Ahí, adelante mío, está la pared, intacta. Ladrillo de canto, tapiando la puerta. Bastante bien quedó, pese a que lo hicimos a las apuradas. Al costado, el dibujo. Debe ser algo que me pasa todos los días, porque hay algo de burla en la voz. Como si hubiese querido avisarme antes, y yo no la hubiese dejado. Ahí está el dibujo:

Unos pocos tejados, techo a dos aguas, paredes claras, mucho sol, mucha luz. Algunos árboles, sobre todo a la derecha, y de fondo un mar, muy calmado. Más lejos, una costa, y muchas casitas, también blancas, pero tan chicas que casi no se ven. Eso, y cielo, mucho cielo. Casi ninguna nube. Nunca te pregunté si esas casitas eran de una isla, o era una vuelta de la costa.
 Y ya nunca voy a saberlo.

Como despertando, pero al revés, los recuerdos apagados, encerrados en el fondo, se vuelven realidad. Ese dibujo es el horizonte que queríamos de viejos, que ya intuíamos que no íbamos a poder tener. Una casa humilde, pero con linda vista. Eso, y pelearnos hasta tarde por política. Por eso lo dibujaste. Un poco para poder fingir que estaba todo bien, un poco porque ya estábamos acostumbrados a arreglarnos con lo que se podía, con lo que teníamos. Como este refugio, como este fusil. Como todo.

Agarro las tizas del piso y voy despacio, repasando esos lugares que veo más desgastados. Concentrado en el movimiento, para no escuchar la voz que me pregunta por qué no agarro por el pasillo, por qué el boquete, por qué ya no recibo órdenes de Roque, por qué el Turco... Demasiadas preguntas. Copio tu trazo, sigo tus huellas, con cuidado, con cariño, como acariciando lo último que me queda de vos. 

Y tal vez llegue un momento en que lo haya repasado todo, en que ese dibujo no tenga nada de tus colores originales. Pero mientras mi mano pueda sostenerlo, acá va a estar. Nuestro horizonte, nuestro sueño de una vejez más tranquila, después de tanto luchar, de tan poco vencer, de tanto caer y tanto levantarse. Como si a fuerza de recuerdo pudiese tenerte acá, escucharte reír, mirarte a los ojos.

Escucho pasos atrás de la pared tapiada.

Hoy, al menos, me voy a sacar una duda.

lunes, 22 de agosto de 2016

Desolvido

No sé cuanto pasó desde la última vez que me desperté. Me duele la espalda, siento cada una de las arrugas de la sábana en mi piel. Hace mucho que no me muevo. Me gustaría poder decirle a la enfermera que me disculpe, que yo quiero moverme, pero no puedo. Hace tiempo perdí la capacidad de hablar. Cada vez me cuesta más salir de ese estado de sopor, pero por algún motivo ahora puedo pensar bien. Seguramente es una tregua que me fue dada para ponerme en orden conmigo misma, para entregarme a ese Dios o destino que nos espera a todos.

Quiero aprovechar estos minutos de lucidez para pensar en limpio algunas cosas. Me gustaría tener a mano una pluma, y unas hojas. Podría escribir como escribía cuando era chica, en cursiva, un poco inclinada, como nos pedía la maestra. De todas maneras, ya sé que eso es imposible, mas por algo recuperé la lucidez, y si este canto de cisne no va a poder ser para otros, será al menos para mí. Una carta de despedida a mi misma. 

No quiero hacer un recuento con detalles del camino que me llevó hasta acá, hasta esta cama. No sé de cuanto tiempo dispongo, y quiero aprovecharlo al máximo. Además, uno de los grandes problemas con los que lucho desde que empezó la enfermedad, es el esfuerzo enorme por llevar las cosas a su lugar. Por recordar fechas, por recordar caras, por recordar nombres. Por recordar los pasos necesarios para hacer la cosa más simple. Como si tuviese que sostener la realidad.

Sin mi esfuerzo, pensaba, esa realidad se volvería pesadilla, esa llave volvería a esconderse, volvería esa humillación de sentir que se me mojan las piernas, porque una vez más olvidé ir al baño. Y no es olvido común, es un olvido más poderoso, más de adentro. Es saber que una inició un camino hacia la oscuridad. Es saber que una va a ser una carga para los demás, mientras ese olvido va ganando carta a carta el mazo, hasta que son todos comodines, porque no se puede recordar que carta es cada cual.

Ya no necesito hacer fuerza. Cuando sienta que la realidad empieza a desencajarse nuevamente, voy a tratar de dejarme ir, en paz. Siempre lo supe, pero ahora también acepté, que en algún momento me voy a tener que ir. Es la ley de la vida, me iré para que otros puedan venir. Si no se cosecha no se puede arar. Sin arar no se puede hacer una nueva siembra. Una tiene que aceptar que cada cosa tiene su tiempo y su lugar.

Y me iré contenta. Tal vez no pueda reconocerlos cuando vienen a verme, pero sé que influí en la vida de muchos, directa o indirectamente. Sé que muchas de las cosas que hice sirvieron de ejemplo, de inspiración. Sé que cada pequeña cosa que enseñé, cada vez que elegí el camino correcto, estaba dejando algo. Algo para los demás, para las generaciones futuras. Mi legado.

Creo que cada cosa que uno hace en este mundo se conecta con todas las demás cosas, de maneras que son insondables, misteriosas. Mucho tiempo luché para que mi realidad no se vuelva pesadilla, para que mi ser no se desmorone. Sé que dejo un legado vivo que ya se está preocupando para, de otra manera, construir una realidad mejor para muchos. Me gustaría poder decirle algo a cada uno de los que quedan, pero ya siento que las fuerzas me dejan, así que voy a ser breve.

No dejen nunca de pelear, por imposible que sea lo que encaren. Hay peleas que van a ganar, pero van a ser más las que van a perder. Y va a haber batallas que van a tener perdidas incluso antes de empezarlas, pero no por eso tenemos que bajar los brazos. Porque si somos ejemplo, si hacemos las cosas bien, van a existir siempre otros que continúen nuestra senda. 

Y a todas esas caras hermosas que venían a verme, quiero decirles algo: A veces las reconocía, a veces no, pero siempre me llenaban el alma, porque podía ver en sus ojos el cariño que me tenían. A todos ellos:

Gracias por estar al lado mío, incluso cuando era yo la que no estaba.


domingo, 8 de mayo de 2016

RAM

Todo empezó con una charla con @unsudaca y @aka_Mister sobre la memoria, la moda de registrar todo, y mi pasión por la Ciencia Ficción. Eso nos llevó a pensar en un mundo donde poralgún motivo, esos datos empiecen a cambiar. Así nació RAM



 RAM.-

No podemos decir exactamente cuando empezó el problema. No podemos decir exactamente nada. La exactitud descansa en los datos, duros, fríos, que hoy no tenemos. O peor, tenemos, pero en los que no confiamos. Por eso estas líneas, por eso esta forma tan primitiva de almacenarla, en papel, para que no sufra modificaciones por La Red.   

Creemos que el problema nace hace varias generaciones (ya no queda nadie vivo que recuerde otra cosa) cuando empezamos a almacenar digitalmente todo. Existen registros informáticos de que esto empezó luego de la segunda guerra mundial (1936-1989). Esto se puede demostrar fuera de La Red porque la cantidad y calidad de libros técnicos y manuales luego de esa fecha empieza a decaer. Se imprimían más libros, pero eran libros-novelas, una forma que tenía la gente de registrar su vida antes del avance del fotovideo envolvente.


Hay varios desacuerdos incluso entre los arqueólogos, pero todos coinciden que se dio casi simultáneamente un aumento en la memoria digital, y un aumento en la inteligencia artificial. Así, no solamente se le dieron más datos a La Red sino también la inteligencia para procesar esos datos. El problema es que se le dio algo más, espíritu de competencia. Los registros analógico-estancos tales como microfilmes o cintas de datos muestran que por esa época, luego de la segunda guerra, comenzamos a competir contra La Red en juegos de mesa tales como Ajedréz, Go e incluso un juego llamado Jeopardy, de preguntas y respuestas. Se destaca en este período un grupo de jugadores de Go que fundan Go-Ogle, cuya finalidad era "humanizar" a La Red, y le enseñan incluso formas rudimentarias de arte y humor.

Aquí las opiniones se dividen. hay quienes creen que Go-Ogle fue fundado con el secreto fin de la desmemoria, y otros quienes creen que fue una consecuencia indeseada de un fin noble. Vamos a centrarnos simplemente en los datos, y que cada quien saque su conclusión. Luego de la gran victoria de Go-Ogle consiguiendo que su fundación derrote al campeón de Go al mejor de cinco partidas (Nota, el hecho en cuestión se corroboró con placa de metal encontrada, poco probable que sea alteración de La Red). La cantidad de agendas en papel encontradas con posterioridad a ese año es prácticamente nula, mientras que aumenta la cantidad de agendas digitales en La Red (aunque como todo lo que ocurre en La Red, no sabemos si es real o parte de la desmemoria). 

Una vez que La Red tuvo una cantidad suficiente de datos, y la gente se acostumbró a recurrir a ella en lugar de recordarlos, o tener anotaciones personales, La Red empezó a divertirse. Modificaba algunos datos, falseaba otros, pero lo hacía manteniendo la coherencia interna. Muchos de estos errores fueron adjudicados a errores de carga, o errores humanos, porque La Red había ganado la reputación de ser confiable en extremo. Al principio estos errores eran inofensivos, o casi. Se conservan noticias de turistas rescatados a último momento perdidos por un mal mapa, o equívocos de fotos que llegaban a destinatarios que no le correspondían por un número mal en una agenda.

Esos "chistes" de La Red se mantuvieron inofensivos hasta que su humor evolucionó, hasta parecerle un gran chiste modificar las distancias entre planetas unos cuantos kilómetros. Esto (y lo aclaro para aquellos que sostienen que esa nave nunca existió) ocasionó la desaparición en el espacio de la nave Colona XIVX. Hay testimonios de familiares de las personas que viajaban en esa nave, y no considero prueba suficiente que, luego del escándalo, no se hayan encontrado restos en las misiones de exploración porque, claramente, se utilizó a La Red para realizar el cálculo de intercepción.



La gente confía más en La Red que en ellos mismos, al punto que los presidentes son elegidos a través de La Red. Las cuentas bancarias son manejadas por La Red. A nadie debería sorprenderle entonces que La Red sea todopoderosa. Por eso ahora persiguen a los arqueólogos, porque no quieren que esto se sepa. Porque la verdad, para ellos, no tiene que ver con la realidad. Pero los arqueólogos creemos que la verdad no puede ir reñida con la realidad. Por eso pedimos a la gente que despierte, que cuestione, que vigile. Que anote. No es casualidad los altos precios del papel. Quieren que solo anotemos en La Red, que solo leamos de La Red.

Por eso esta mínima resistencia. Por eso esta lucha. Porque nos están construyendo la realidad alrededor nuestro. sin esperanza de ser escuchado, con la certeza de ser perseguido, les pido: Si llega a sus manos este texto, cópielo, difúndalo, charlelo. No lo busque en La Red. Vívalo








miércoles, 27 de abril de 2016

Mancha

Empezó con una mancha, chiquita, en el brazo derecho, en el hueso que sobresale de la muñeca. Un centímetro de piel estaba un poquito más rosada. Casi no se notaba, ni dolía, ni picaba, ni nada, así que no le presté mucha atención. Nunca fui muy perseguida con esas cosas. Hasta me olvidé de ella.

Unas semanas después, mientras me bañaba, la volví a ver. Estaba un poco más oscura, un poco más visible. No estoy segura, pero creo que incluso estaba un poco más grande. Seguía sin doler, pero empezó a preocuparme. Dejé de usar pulseras, por si era algún tipo de alergia, pero eso no mejoró en nada. Día a día podía ver como esa mancha iba creciendo, iba haciéndose más oscura.

En un principio, me maquillaba el brazo, le ponía un poco de base, y con eso y manteniendo el brazo pegado al cuerpo, me sentía segura. Al ir empeorando, empecé a usar remeras de manga larga. No quería que nadie me vea esa mancha, así que también dejé de ir a piletas, dejé de jugar al volley. Además, no quería que un pelotazo, el cloro, o el sol empeoraran la situación.

Probé varias cosas intentando que se vaya: lavarme con agua y jabón, pasarme alcohol, no hacer nada, dentífrico, rasparla con las uñas, frotarla con aceite. A veces, parecía que algo funcionaba, que la mancha empezaba a desaparecer. Y yo volvía a soñar con las musculosas (me gustan mucho las musculosas). Pero la mancha siempre volvía, y parecía crecer más rápido después de esos períodos de atenuarse, de achicarse.

Algunas semanas, era solo del tamaño de una moneda, rosada, y otras, era una gran mancha oscura desde la palma de la mano hasta el codo. Esas semanas usaba guantes. No pegaba bien con mi forma de vestir, así que empecé a usar jeans, zapatillas, buzos grandes. Todo para que a nadie le llamen la atención los guantes.

Empecé a pensar en ir al médico, esa mancha era algo malo, me daba cuenta. Pero me daba miedo que el médico me cuestione:
¿Por qué no viniste antes?
¿Por qué lo escondiste?
¿Dónde estuviste metiendo el brazo?
Me aterraba verme en esa situación, examinada, cuestionada, expuesta. Mejor esconderse, y mientras tanto seguir intentando que la mancha se aclare, se achique, se vaya.

Llegó un momento en el que, aunque la mancha esté poco visible, me dejaba los guantes puestos. Me daba miedo que alguien pudiese notar algo. Sola, en mi casa, me sacaba los guantes y me pintaba las uñas. Me encantaba pintarme las uñas, me hacía uñas francesas, o me pintaba una uña de cada color. Siempre terminaba llorando, era lo peor de todo, las uñas, el color, los guantes.

Me volví rara, no salía, no reía, no disfrutaba nada. Mis amigas, mi familia, todos se fueron alejando. Esto, que en otro momento hubiese sido algo terrible para mí, fue un alivio. Es mucho más fácil esconderte si nadie te busca.

No quiero aburrir a nadie contando detalles, la historia siguió igual por siete meses que se sintieron muchos más. Tenía mucha práctica, ya sabía que hacer, que decir, como rechazar las invitaciones que, de todas formas, nadie me hacía.

Un día toda esta situación cambió, cambió mucho. No sé cuanto tiempo me estuvo siguiendo esa chica por la calle, ni me acuerdo cuales fueron sus palabras exactas. Si puedo decir que cuando se acercó, y me habló, mis ganas eran de irme corriendo, pero algo en sus ojos hizo que acepte el café. Invitaba ella.

Ya en el café, me empezó a hablar de la mancha, de como seguramente había empezado a crecer, de como desaparecía, o se esfumaba por momentos, para luego volver más fuerte. Me habló de las mangas largas y de los guantes. Me sentí desnuda frente a ella, más desnuda que si me hubiese sacado la ropa. No necesitaba hacerlo, claramente me conocía.

Me enojé, le grité que quién era para meterse en mi vida, que la mancha estaba bien, que yo podía controlarla, o esconderla. Que nadie tiene derecho a decirle a una persona como tiene que vivir su vida. Incluso la insulté, fui terriblemente agresiva, le dije las peores cosas que sabía decir. Incluso inventé algunas nuevas.

Ella seguía sentada, mirándome. Ni sonreía, ni se enojaba, ni nada. Me miraba, y no hacía nada más. Cuando me cansé de gritarle, me di vuelta para irme, pero me llamó. No levantó la voz, no estaba enojada, pero tampoco había compasión en la voz. Creo que fue eso lo que me hizo volver a mirarla.

Sentada en la mesa, había levantado su brazo para mostrarme una cicatriz enorme, como de quemadura, que iba desde la punta de su dedo meñique hasta el codo. No lo había notado antes. Me acerqué de nuevo, me senté (me dejé caer) en la silla y, agarrándola de las manos, lloré.

Por primera vez en casi un año, aunque la mancha seguía estando, no me sentía sola. 

domingo, 17 de abril de 2016

Dragones

No es que sean malos, tienen mala prensa...
Anónimo


Muchas veces me preguntan por lo que hago, por lo que soy. En algunas ocasiones me da fiaca contestar, porque sé que voy a tener que estar dando largas explicaciones acerca de lo que soy, y de lo que no. Pero también es cierto que cuando no me lo preguntan termino yo sacando el tema, así de contradictorio soy, así de contradictorios somos. Porque yo soy más que yo mismo, pertenezco a una estirpe de personas fuertes, recias, comprometidas. Hombres y mujeres que sabemos de peligros, de persecuciones, de malos tratos, de pasión por lo que hacemos. Tal vez por eso es que me estoy sentando a escribir esto, para que se acaben las mentiras y los malos entendidos.

Así que, sin más, me presento, mi nombre es Beranor Beor, y pertenezco a la Orden de Veterinarios de Dragones del Reino.

Muchos de ustedes ya estarán pensando en aldeas arrasadas, o recordando a un familiar que se vio perjudicado, o tal vez muerto, por un ataque de dragones. O vos mismo, lector, tuviste que salir corriendo de una aldea que comenzaba a prenderse fuego, y tuviste que esconderte en un campo cercano, rogando que al volver quede algo en pie, algo con lo que volver a construir. Si es así, pido un poco de paciencia, pido que se sienten a escuchar mi (nuestra) versión de los hechos.

La Orden de Veterinarios de Dragones nace en el año cuarenta y cinco de la era decimonónica cuando un sabio descubrió que la estabilidad del Reino, y la felicidad de la gente dependía de la existencia y el poder de los dragones. Y esto no es difícil de ver, siempre los dragones arrasan aldeas prósperas, siempre se acercan a comprobar la fortaleza y grosor de los más fuertes palacios. No se guarda registro alguno de rapiña de dragones sobre una choza, o sobre una vaca flaca. Hay entonces un hilo que une a todos los seres, que nos acerca y nos hermana.

Muchos no creen esto, muchos otros sabios han dicho que el reino estaría mejor sin dragones, que todos ellos deben ser exterminados, y que cuando la sangre del último dragón tiña la espada del último héroe, el Reino entrará en una etapa de prosperidad como nunca hubo. Es por esto que afirman que no importa cuantas lágrimas y cuantas penurias nos cueste, debemos perseguir a los dragones, acorrararlos, matarlos, quitarles sus tesoros, su piel, y sos huesos.

Claramente, todos los cuentos que leen los niños son escritos por estos últimos sabios, y por eso es que se dice que los héroes son aquellos que llegan en regios caballos blancos, poderosamente pertrechados, con brillantes espadas y largos escudos. Lo que no cuentan esas historias heroicas es que ese acero bien podría ser usado para arados, esos caballos para paseos, esos escuderos para… para quedarse en la casa en lugar de ir a morir persiguiendo dragones que de todas formas es poco probable que ataquen.

En contraposición a esas imágenes ideales de los cuentos, estamos nosotros, La Orden. Casi siempre sucios, cansados de caminar y caminar, vamos por los caminos de montaña buscando rastros de sangre, dragones lastimados. Cuanta más desolación, más trabajo. Los dragones no son seres fáciles, ni confían en nosotros. Por eso estamos obligados a ir en grupos. Por eso y porque la gente de las aldeas nos ataca, nos persigue. No entiende que lo que hacemos también los cuida a ellos, y que cuando terminamos de atender a los dragones, también bajamos a las aldeas, que somos parte de ellas, que también sufrimos, que en definitiva queremos lo mismo, la gloria del Reino, la paz de todos. Pero nosotros no necesitamos matar, ni la violencia para nuestra utopía.

En el año 13 de la Nueva Era, Beranor Beor, Veterinario de Dragones, Miembro de la Orden. 

martes, 12 de enero de 2016

Magnolia

No es fácil escuchar a la mina que te querés coger decir (repetir, más bien) que es lesbiana. Pero nos conocíamos hacía meses por chat, y realmente la quería, más allá de un (ahora im)posible encuentro sexual. Por eso creo no haber mentido, le dije que estaba todo bien, que ya sabía que a ella los tipos no le gustaban, y que nos podíamos divertir lo mismo. De todas maneras había un pedazo de mí que se resistía a la idea, que seguía queriendo estar con ella, y que seguía trabajando, a veces conscientemente, a veces no, en la idea de vencer su prejuicio.

Obviamente ese día no pasó nada, fuimos a caminar por los lagos de Palermo, a pelotudear por la orilla del río, y no mucho más. Unos cuantos kilómetros caminados y conversados, sintetizando tanto tiempo en el cual las ideas eran escritas, borradas, vueltas a escribir; tiempo en el cual algunos datos eran googleados para no reconocer ciertos baches en nuestra formación. Pero ahí estábamos, frente a frente, en un atardecer hermoso, y yo me iba a quedar con las ganas de un beso, y de muchas cosas más.

Al otro día nos dimos cuenta que esa salida no era el final de nada, sino el principio. Muy temprano ya estábamos hablando de lo que nos dolían los pies, de lo boludos que fuimos por caminar tanto, y así seguimos durante todo el día.  Estuvimos de acuerdo en que la próxima salida iba a ser mucho más sedentaria, y que iba a incluir cantidades industriales de comida.

Cada uno disfrutaba mucho del otro, y yo hacía todo lo posible para ir sembrando semillas de aceptación en su cabeza. Muchas noches, cerveza de por medio, yo sostenía la postura de que para el amor no hay etiquetas, y que negarse a estar con una persona porque no encaja en una categoría es ridículo. Blancos que no se juntaban con negras, o Montescos con Capuletos, la historia estaba llena de ejemplos a los que podía echar mano. Sumaba victorias en el terreno de las ideas, pero ahí quedaban, en la cabeza. Cabeza que encima estaba llena de cotidianeidad con la que alimentaba unas fantasías cada vez más definidas.

Yo me puse de novio con una chica, y así la relación que teníamos terminó siendo una «infidelidad casta». A veces me escondía en el baño para terminar una discusión sobre cualquier cosa, siempre más pendiente de ella que de mi novia. Por supuesto que esto hizo que mi relación se desgaste más rápido de lo habitual. La seguía viendo, seguía compartiendo cosas con ella, y me seguía maravillando de sus reacciones (a veces injustificadamente). Para muestra baste un botón: un día le ofrecí una manzana, y ella se puso a comerla sin limpiarla. Luego de mi reto me dijo: «Bueno, para algo tengo sistema inmunológico, no?». Y eso, que hubiese podido pasar como algo más en cualquier otra persona, en ella fue genial, y me dejó sonriendo un rato largo.

No quiero seguir extendiendo este relato, así que saltemos más o menos seis meses hacia adelante y vayamos a la noche que lo cambia todo. Esa noche estábamos en casa mirando una película, habíamos tomado un poco, y ella estaba particularmente cariñosa. Como tantas otras veces, le hice caricias en el pelo, atrás de las orejas, en el cuello. Como tantas otras veces intenté calentarla con ese contacto. La diferencia fue que ese día funcionó. Recuerdo el momento exacto de la película en el cual se dio vuelta y cuando ya estaba acercándome para darle un beso me dijo: «No fui del todo sincera con vos, pero sé que me vas a entender».

Para ese momento yo tenía una calentura como un caballo, le hubiese dicho cualquier cosa para seguir, pero ahora, pensándolo en frío, sé que no mentí cuando le dije que diga lo que diga la iba a entender. Lo que menos me imaginaba era lo que vendría a continuación. No importa cuanto tiempo pase, sigo escuchando esas palabras en mi cabeza:

«En realidad, quería decirte que si nunca quise que estuviésemos juntos era porque, si, me gustan las chicas, pero hay otra razón que nunca pude decirte, y es que en realidad, digamos, solamente soy mujer en mi cabeza, mi... bueno, mi «cuerpo» es de hombre, nací hombre».

Nunca se me bajó tan rápido una erección. Nunca había estado así de confundido. Kübler-Ross hubiese estado orgullosa, sin moverme y sin sacarle los ojos de encima pasé de no creerle, dado que la había visto en bikini, a estar enojado por la mentira, a negociar que las personas somos antes que nada eso, personas, a  deprimirme hasta sentir que los huesos se me hacían polvo, y finalmente entender que debía ser una carga muy grande para ella todo lo que pasó en ese tiempo. Pero seguía sin moverme, ahora la veía llorar, y seguía sin poder hacer nada.

Me encantaría terminar ahora una historia de aceptación y superación de los prejuicios diciendo que en ese momento la abracé y la llevé de la mano a la habitación, pero no es así. Y todos esos argumentos que yo había ido elaborando, y metiendo en las conversaciones, chocaban con una pared, las etiquetas me importaban (me importan, me siguen importando aún hoy). Ella entendió mi silencio, entendió lo que me estaba pasando por la cabeza. Agarró sus cosas y se fue. Me dejó completamente. Ya no volvimos a hablar por chat, ni salimos más a comer, ni tuvimos ningún tipo de contacto. Si bien la extrañaba como amiga, me parecía cruel llamarla. Había sido un hipócrita sin saberlo(¿sin saberlo?) todo el tiempo que estuve convenciéndola.

Para el epílogo saltemos de nuevo, esta vez un año entero. Ya estaba acostumbrado a vivir sin su (omni)presencia, a no necesitar esas discusiones para terminar de entenderme, cuando de casualidad me la crucé. Venía caminando por la vereda, mandando un mensaje cuando me la choqué. Ella se me había parado adelante y me miraba, sonriendo. De nuevo se me desmoronó todo, me temblaron las piernas, se me secó la garganta. De nuevo mirarla y no poder reaccionar.

Ella se acercó, y me dijo al oído: «lo peor de todo es que nunca vas a saber si fui sincera, o sólo estaba probándote para saber si eras consecuente. Por ahí si ese día hubieses decidido estar conmigo sin que te importen las etiquetas, hubieses estado con la chica que querías. O no, por ahí ésta es mi manera de vengarme de un tipo que una noche no me aceptó como lo que soy, viví con esa duda».