martes, 12 de enero de 2016

Magnolia

No es fácil escuchar a la mina que te querés coger decir (repetir, más bien) que es lesbiana. Pero nos conocíamos hacía meses por chat, y realmente la quería, más allá de un (ahora im)posible encuentro sexual. Por eso creo no haber mentido, le dije que estaba todo bien, que ya sabía que a ella los tipos no le gustaban, y que nos podíamos divertir lo mismo. De todas maneras había un pedazo de mí que se resistía a la idea, que seguía queriendo estar con ella, y que seguía trabajando, a veces conscientemente, a veces no, en la idea de vencer su prejuicio.

Obviamente ese día no pasó nada, fuimos a caminar por los lagos de Palermo, a pelotudear por la orilla del río, y no mucho más. Unos cuantos kilómetros caminados y conversados, sintetizando tanto tiempo en el cual las ideas eran escritas, borradas, vueltas a escribir; tiempo en el cual algunos datos eran googleados para no reconocer ciertos baches en nuestra formación. Pero ahí estábamos, frente a frente, en un atardecer hermoso, y yo me iba a quedar con las ganas de un beso, y de muchas cosas más.

Al otro día nos dimos cuenta que esa salida no era el final de nada, sino el principio. Muy temprano ya estábamos hablando de lo que nos dolían los pies, de lo boludos que fuimos por caminar tanto, y así seguimos durante todo el día.  Estuvimos de acuerdo en que la próxima salida iba a ser mucho más sedentaria, y que iba a incluir cantidades industriales de comida.

Cada uno disfrutaba mucho del otro, y yo hacía todo lo posible para ir sembrando semillas de aceptación en su cabeza. Muchas noches, cerveza de por medio, yo sostenía la postura de que para el amor no hay etiquetas, y que negarse a estar con una persona porque no encaja en una categoría es ridículo. Blancos que no se juntaban con negras, o Montescos con Capuletos, la historia estaba llena de ejemplos a los que podía echar mano. Sumaba victorias en el terreno de las ideas, pero ahí quedaban, en la cabeza. Cabeza que encima estaba llena de cotidianeidad con la que alimentaba unas fantasías cada vez más definidas.

Yo me puse de novio con una chica, y así la relación que teníamos terminó siendo una «infidelidad casta». A veces me escondía en el baño para terminar una discusión sobre cualquier cosa, siempre más pendiente de ella que de mi novia. Por supuesto que esto hizo que mi relación se desgaste más rápido de lo habitual. La seguía viendo, seguía compartiendo cosas con ella, y me seguía maravillando de sus reacciones (a veces injustificadamente). Para muestra baste un botón: un día le ofrecí una manzana, y ella se puso a comerla sin limpiarla. Luego de mi reto me dijo: «Bueno, para algo tengo sistema inmunológico, no?». Y eso, que hubiese podido pasar como algo más en cualquier otra persona, en ella fue genial, y me dejó sonriendo un rato largo.

No quiero seguir extendiendo este relato, así que saltemos más o menos seis meses hacia adelante y vayamos a la noche que lo cambia todo. Esa noche estábamos en casa mirando una película, habíamos tomado un poco, y ella estaba particularmente cariñosa. Como tantas otras veces, le hice caricias en el pelo, atrás de las orejas, en el cuello. Como tantas otras veces intenté calentarla con ese contacto. La diferencia fue que ese día funcionó. Recuerdo el momento exacto de la película en el cual se dio vuelta y cuando ya estaba acercándome para darle un beso me dijo: «No fui del todo sincera con vos, pero sé que me vas a entender».

Para ese momento yo tenía una calentura como un caballo, le hubiese dicho cualquier cosa para seguir, pero ahora, pensándolo en frío, sé que no mentí cuando le dije que diga lo que diga la iba a entender. Lo que menos me imaginaba era lo que vendría a continuación. No importa cuanto tiempo pase, sigo escuchando esas palabras en mi cabeza:

«En realidad, quería decirte que si nunca quise que estuviésemos juntos era porque, si, me gustan las chicas, pero hay otra razón que nunca pude decirte, y es que en realidad, digamos, solamente soy mujer en mi cabeza, mi... bueno, mi «cuerpo» es de hombre, nací hombre».

Nunca se me bajó tan rápido una erección. Nunca había estado así de confundido. Kübler-Ross hubiese estado orgullosa, sin moverme y sin sacarle los ojos de encima pasé de no creerle, dado que la había visto en bikini, a estar enojado por la mentira, a negociar que las personas somos antes que nada eso, personas, a  deprimirme hasta sentir que los huesos se me hacían polvo, y finalmente entender que debía ser una carga muy grande para ella todo lo que pasó en ese tiempo. Pero seguía sin moverme, ahora la veía llorar, y seguía sin poder hacer nada.

Me encantaría terminar ahora una historia de aceptación y superación de los prejuicios diciendo que en ese momento la abracé y la llevé de la mano a la habitación, pero no es así. Y todos esos argumentos que yo había ido elaborando, y metiendo en las conversaciones, chocaban con una pared, las etiquetas me importaban (me importan, me siguen importando aún hoy). Ella entendió mi silencio, entendió lo que me estaba pasando por la cabeza. Agarró sus cosas y se fue. Me dejó completamente. Ya no volvimos a hablar por chat, ni salimos más a comer, ni tuvimos ningún tipo de contacto. Si bien la extrañaba como amiga, me parecía cruel llamarla. Había sido un hipócrita sin saberlo(¿sin saberlo?) todo el tiempo que estuve convenciéndola.

Para el epílogo saltemos de nuevo, esta vez un año entero. Ya estaba acostumbrado a vivir sin su (omni)presencia, a no necesitar esas discusiones para terminar de entenderme, cuando de casualidad me la crucé. Venía caminando por la vereda, mandando un mensaje cuando me la choqué. Ella se me había parado adelante y me miraba, sonriendo. De nuevo se me desmoronó todo, me temblaron las piernas, se me secó la garganta. De nuevo mirarla y no poder reaccionar.

Ella se acercó, y me dijo al oído: «lo peor de todo es que nunca vas a saber si fui sincera, o sólo estaba probándote para saber si eras consecuente. Por ahí si ese día hubieses decidido estar conmigo sin que te importen las etiquetas, hubieses estado con la chica que querías. O no, por ahí ésta es mi manera de vengarme de un tipo que una noche no me aceptó como lo que soy, viví con esa duda».

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