lunes, 22 de agosto de 2016

Desolvido

No sé cuanto pasó desde la última vez que me desperté. Me duele la espalda, siento cada una de las arrugas de la sábana en mi piel. Hace mucho que no me muevo. Me gustaría poder decirle a la enfermera que me disculpe, que yo quiero moverme, pero no puedo. Hace tiempo perdí la capacidad de hablar. Cada vez me cuesta más salir de ese estado de sopor, pero por algún motivo ahora puedo pensar bien. Seguramente es una tregua que me fue dada para ponerme en orden conmigo misma, para entregarme a ese Dios o destino que nos espera a todos.

Quiero aprovechar estos minutos de lucidez para pensar en limpio algunas cosas. Me gustaría tener a mano una pluma, y unas hojas. Podría escribir como escribía cuando era chica, en cursiva, un poco inclinada, como nos pedía la maestra. De todas maneras, ya sé que eso es imposible, mas por algo recuperé la lucidez, y si este canto de cisne no va a poder ser para otros, será al menos para mí. Una carta de despedida a mi misma. 

No quiero hacer un recuento con detalles del camino que me llevó hasta acá, hasta esta cama. No sé de cuanto tiempo dispongo, y quiero aprovecharlo al máximo. Además, uno de los grandes problemas con los que lucho desde que empezó la enfermedad, es el esfuerzo enorme por llevar las cosas a su lugar. Por recordar fechas, por recordar caras, por recordar nombres. Por recordar los pasos necesarios para hacer la cosa más simple. Como si tuviese que sostener la realidad.

Sin mi esfuerzo, pensaba, esa realidad se volvería pesadilla, esa llave volvería a esconderse, volvería esa humillación de sentir que se me mojan las piernas, porque una vez más olvidé ir al baño. Y no es olvido común, es un olvido más poderoso, más de adentro. Es saber que una inició un camino hacia la oscuridad. Es saber que una va a ser una carga para los demás, mientras ese olvido va ganando carta a carta el mazo, hasta que son todos comodines, porque no se puede recordar que carta es cada cual.

Ya no necesito hacer fuerza. Cuando sienta que la realidad empieza a desencajarse nuevamente, voy a tratar de dejarme ir, en paz. Siempre lo supe, pero ahora también acepté, que en algún momento me voy a tener que ir. Es la ley de la vida, me iré para que otros puedan venir. Si no se cosecha no se puede arar. Sin arar no se puede hacer una nueva siembra. Una tiene que aceptar que cada cosa tiene su tiempo y su lugar.

Y me iré contenta. Tal vez no pueda reconocerlos cuando vienen a verme, pero sé que influí en la vida de muchos, directa o indirectamente. Sé que muchas de las cosas que hice sirvieron de ejemplo, de inspiración. Sé que cada pequeña cosa que enseñé, cada vez que elegí el camino correcto, estaba dejando algo. Algo para los demás, para las generaciones futuras. Mi legado.

Creo que cada cosa que uno hace en este mundo se conecta con todas las demás cosas, de maneras que son insondables, misteriosas. Mucho tiempo luché para que mi realidad no se vuelva pesadilla, para que mi ser no se desmorone. Sé que dejo un legado vivo que ya se está preocupando para, de otra manera, construir una realidad mejor para muchos. Me gustaría poder decirle algo a cada uno de los que quedan, pero ya siento que las fuerzas me dejan, así que voy a ser breve.

No dejen nunca de pelear, por imposible que sea lo que encaren. Hay peleas que van a ganar, pero van a ser más las que van a perder. Y va a haber batallas que van a tener perdidas incluso antes de empezarlas, pero no por eso tenemos que bajar los brazos. Porque si somos ejemplo, si hacemos las cosas bien, van a existir siempre otros que continúen nuestra senda. 

Y a todas esas caras hermosas que venían a verme, quiero decirles algo: A veces las reconocía, a veces no, pero siempre me llenaban el alma, porque podía ver en sus ojos el cariño que me tenían. A todos ellos:

Gracias por estar al lado mío, incluso cuando era yo la que no estaba.


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